Después de la conferencia que di sobre Liderazgo personal recibí por correo la siguiente pregunta de una amable participante : ¿Cuando ya se tiene esposo e hijos, en que área hay que dedicar más tiempo, en la de pareja o en la de familia, cual es la que va a dejarnos mejores frutos si la trabajo?
Definitivamente mi creencia es que el trabajo sólido es de adentro hacia afuera: de raíz está el trabajo personal, sobre este el de pareja (inter-personal) y sobre los anteriores el grupal (familiar).
Sólo puedo colaborar a potenciar mi grupo familiar si estoy cultivando mi relación de pareja; y ésta si estoy permanentemente cultivando mi persona. Claro que hay excepciones. Cuando hay una sola figura paterna, pues no hay pareja; pero aún así hay que atender las relaciones entre dos, entre con cada integrante del grupo familiar antes de atender a la familia como un todo.
Tampoco es una cuestión en etapas. No es como al escuela, en donde ya me gradué de primaria y ahora voy a secundaria. En esto nunca nos graduamos. El trabajo es permanente. Siempre estaré trabajando conmigo mismo y siempre estaré trabajando en mi relación de pareja.
El trabajo en pareja es fundamental ya que es un espacio de encuentro en el que el otro me refleja la persona que soy. El conflicto en la relación de pareja aparece para crecer. Si no hay conflicto no hay posibilidades de crecer. Si enfrentamos el conflicto, si lo trabajamos, si buscamos entendernos mutuamente dentro del conflicto; entonces crecemos como personas y como pareja.
La relación de pareja, la manera como nos relacionamos, la forma como buscamos aceptarnos mutuamente en nuestras diferencias, el cómo nos apoyamos o no mutuamente, es el mejor vehículo educativo con nuestros hijos. Los hijos aprenden a amar no tanto por la manera como los amamos sino por cómo nos ven que nos amamos como padres.
Amar significa, según la definición del ilustre biólogo Humberto Maturana, legitimar al otro: aceptarlo. Pero sucede que una y otra vez lo que el otro hace me molesta. Me resulta difícil aceptarlo y quiero que cambie. Sin embargo, el que tiene que cambiar soy yo, no el otro. Mi pareja es simplemente un espejo que me refleja las partes más oscuras de mi mismo y que no alcanzo, ya no digamos a aceptar, sino ni a ver. Mi oportunidad de crecimiento está en entrar dentro de mí mismo, a ese espacio oscuro que Carl Gustav Jung llamaba la sombra. Y ahí voy de vuelta al trabajo personal.
El camino es de adentro hacia afuera y de vuelta hacia adentro para volver a afuera.
Definitivamente mi creencia es que el trabajo sólido es de adentro hacia afuera: de raíz está el trabajo personal, sobre este el de pareja (inter-personal) y sobre los anteriores el grupal (familiar).
Sólo puedo colaborar a potenciar mi grupo familiar si estoy cultivando mi relación de pareja; y ésta si estoy permanentemente cultivando mi persona. Claro que hay excepciones. Cuando hay una sola figura paterna, pues no hay pareja; pero aún así hay que atender las relaciones entre dos, entre con cada integrante del grupo familiar antes de atender a la familia como un todo.
Tampoco es una cuestión en etapas. No es como al escuela, en donde ya me gradué de primaria y ahora voy a secundaria. En esto nunca nos graduamos. El trabajo es permanente. Siempre estaré trabajando conmigo mismo y siempre estaré trabajando en mi relación de pareja.
El trabajo en pareja es fundamental ya que es un espacio de encuentro en el que el otro me refleja la persona que soy. El conflicto en la relación de pareja aparece para crecer. Si no hay conflicto no hay posibilidades de crecer. Si enfrentamos el conflicto, si lo trabajamos, si buscamos entendernos mutuamente dentro del conflicto; entonces crecemos como personas y como pareja.
La relación de pareja, la manera como nos relacionamos, la forma como buscamos aceptarnos mutuamente en nuestras diferencias, el cómo nos apoyamos o no mutuamente, es el mejor vehículo educativo con nuestros hijos. Los hijos aprenden a amar no tanto por la manera como los amamos sino por cómo nos ven que nos amamos como padres.
Amar significa, según la definición del ilustre biólogo Humberto Maturana, legitimar al otro: aceptarlo. Pero sucede que una y otra vez lo que el otro hace me molesta. Me resulta difícil aceptarlo y quiero que cambie. Sin embargo, el que tiene que cambiar soy yo, no el otro. Mi pareja es simplemente un espejo que me refleja las partes más oscuras de mi mismo y que no alcanzo, ya no digamos a aceptar, sino ni a ver. Mi oportunidad de crecimiento está en entrar dentro de mí mismo, a ese espacio oscuro que Carl Gustav Jung llamaba la sombra. Y ahí voy de vuelta al trabajo personal.
El camino es de adentro hacia afuera y de vuelta hacia adentro para volver a afuera.
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